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Cómo nos cambia Dios

De vez en cuando, batallamos con ciertas áreas en nuestras vidas; áreas que desearíamos que fueran diferentes. Pueden ser fallas morales o hábitos que nos desaniman. ¿Cómo quiere Dios que tratemos ésas áreas? ¿Existe un camino para encontrar libertad y un cambio real? Sí. Lo que yo he comprendido acerca de la gracia de Dios ha hecho una poderosa diferencia en mi vida y creo que puede hacer una poderosa diferencia en la tuya.

Cuando escuchas la palabra gracia, ¿qué viene a tu mente? Creo que la mejor definición que he encontrado es la que hizo el autor Joseph Cooke cuando escribió: “Gracia es ni más ni menos que la cara que se pone el amor cuando se encuentra con la imperfección, la debilidad, el error, o el pecado.”1

¿Qué es gracia?

Es la cualidad en el corazón de Dios que hace que no nos trate conforme a nuestros pecados, ni tome represalias contra nosotros conforme a nuestras iniquidades. Es la fidelidad que Dios nos tiene aún cuando nosotros no somos fieles. De hecho, es lo que el amor debe ser cuando se encuentra con lo que no inspira amor, lo débil, lo inadecuado, lo no deseado y lo despreciable. Dios está dispuesto a responder a la necesidad sin tomar en cuenta nuestros méritos. Es favor inmerecido.

La gracia de Dios derrama amor, bondad, favor a todos los que confían en Él. No tienes que ganártela. Sólo tienes que tener una relación con Él para recibir su gracia.

Necesitamos la gracia de Dios mayormente cuando nos damos cuenta de que hay aspectos en nuestra vida que sabemos que están mal, como: malas decisiones, hábitos, conductas de las que nos avergonzamos, áreas que queremos que Dios cambie pero tenemos miedo de que nos condene. Si hemos recibido a Jesús en nuestros corazones, hemos sido declarados de Su propiedad, perdonados y ahora bajo Su gracia. Es Su gracia la que nos libera y nos cambia. Por esto es tan importante que sepamos lo que nos dice la Escritura acerca de la gracia de Dios.

Todos sabemos que dentro de nosotros tenemos una parte mala y una buena. Una parte que queremos que los demás vean (cuando nuestra conducta es aceptable) y otra que preferimos esconder (cosas de las que nos avergonzamos).

Vivimos en una cultura inclinada hacia la superación personal. Pasamos gran parte del tiempo analizándonos a nosotros mismos y pensando en cómo mejorar nuestra parte mala. Compramos y vamos al gimnasio gastando tiempo, dinero y esfuerzo para mejorar lo que consideramos nuestra parte mala. Y la parte que no podemos mejorar o que aún no mejoramos, tendemos a esconderla.

Escondiéndonos en vergüenza

¿Alguna vez has estado en alguna situación en la que al conocer a alguien, piensas en tu interior: “Espero que no sepa tal cosa de mi” O le has dicho a un buen amigo: “Por favor, no le digas a nadie esto de mí.”? Cuando entramos en nuestra relación con Dios, podemos pensar que Él es como nosotros. Pensamos que debemos esconder nuestra parte mala de Él. Sin embargo, si tratamos de esconder partes inaceptables de nuestra personalidad, podemos perder contacto con nosotros mismos y con Dios.

Dios no es como nosotros. Sus caminos no son nuestros caminos. El no acepta sólo nuestra parte buena y rechaza nuestra parte mala. Nos ve como una persona completa, no como un ser dividido. El nos dice: “No trates de mejorar tu parte mala. Es imposible que lo hagas tú solo. No importa cuánto lo puedas mejorar, nunca será suficientemente bueno, porque Yo soy perfecto. Dame tu parte buena y tu parte mala y déjame hacerte una persona completa.”

¿Cómo podemos experimentar la gracia de Dios?

Es difícil entender la gracia sin entender la ley. Vemos la ley perfecta de Dios, Sus mandamientos, cómo quiere Él que vivamos… y francamente no alcanzamos a medirlo. ¿Qué hacemos con la ley, con los mandamientos de Dios? La ley es como un espejo para nosotros. Cuando te miras en un espejo puedes ver una enorme plasta de lodo en tu cara, la cual no sabías que estaba ahí. El espejo no te puede quitar el lodo, pero tú estás muy contento por haber visto esa mancha antes de salir a la calle. En la misma manera, la ley de Dios revela nuestros defectos, nuestros pecados, y estamos agradecidos de poder verlos ya que podemos traerlos ante Dios, y Dios puede lidiar con ellos a través de su gracia. Gálatas 3:24 dice: “De manera que la ley ha sido nuestra guía para llevarnos a Cristo, a fin de que fuéramos justificados por la fe.” Cuando llegamos a Jesús sabemos que necesitamos un Salvador. El hecho es que, siempre, por el resto de nuestras vidas, vamos a necesitar un Salvador.

Hebreos 4:13-16 dice: “Ninguna cosa creada escapa a la vista de Dios. Todo está al descubierto, expuesto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas. Por lo tanto, ya que en Jesús, el Hijo de Dios, tenemos un gran sumo sacerdote que ha atravesado los cielos, aferrémonos a la fe que profesamos. Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado. Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que mas la necesitemos.”

Venir en Verdad y Humildad

Podemos experimentar la gracia cuando venimos al trono de gracia, en verdad y en humildad. Lo opuesto a venir en verdad, es cuando tratamos de escondernos y no venimos hacia la luz.

Voy a ser sincera y voy a compartir un área de mi vida que necesitaba traer frente al Señor, ante su trono de gracia. El área entera de la comida ha sido una dificultad casi toda mi vida. No recuerdo haber sido gorda cuando era niña, pero sí recuerdo que cuando estaba como en 1o. de preparatoria, mis amigas, (que eran más delgadas que yo) se quejaban de que estaban gordas y yo pensaba: “Si ellas piensan que están gordas y yo peso más que ellas, debo estar realmente gorda.” Recuerdo que pesaba como 53 kg. y recuerdo que fue ahí cuando la comida comenzó a ser un problema en mi vida. Yo pensaba en lo que no debía comer, lo cual hacía que se me antojara aún más.

Mi mamá decía cosas como: “Creo que tu ropa se te vería mejor si no comieras eso. ¿Por qué no tratas de bajar de peso?” Incluso me llevó con un doctor para bajar de peso.

Cuando entré a la universidad, sabiendo que no debía comer ciertas cosas, conseguía comida y la escondía. Escondía barras de chocolate en mi cajón. Una vez guardé un pastel entero bajo mi cama. Si alguien decía que no debía comer algo, eso hacía que yo quisiera 10 de esas cosas. Había dos lugares donde vendían hamburguesas cerca de la escuela. Recuerdo que iba a uno y pedía una hamburguesa, papas y un refresco y me los comía ahí. Después tomaba mi auto e iba hacia el otro lugar y pedía otra hamburguesa, papas y una malteada. Me sentía demasiado avergonzada para pedir toda esa comida en el mismo sitio, así que tenía que conseguirla en dos sitios diferentes. Si tenía poco tiempo, iba a un lugar y decía: “Veamos, quiero una hamburguesa, papas y un refresco y ¿él qué va a querer? Ah sí! quiere una hamburguesa, un refresco y papas.” Yo actuaba como si estuviera ordenando para 2 personas. Después iba y me lo comía todo. Pero me escondía y mentía.

Libre de esconderse

Cuando llegué a Cristo, Él me aceptó como yo era, y gradualmente, a través de los años me ha ido sanando del problema de la comida. Yo era una comedora compulsiva y a través de los años el Señor me ha quitado casi toda la compulsión.

Pero ocasionalmente batallo, especialmente con mis pensamientos. Por ejemplo, yo sabía que iba a ir a dar una larga conferencia en Keystone, Colorado y pensé: “Tengo que bajar de peso para cuando vaya a Keystone.” Iba a tratar y no renunciar a ello, así que pensé: “Bien, empezaré el lunes.” Se acercaba el tiempo de dar la conferencia y dos semanas antes, yo seguía deseando bajar 5 kilos. Entre más trataba, menos podía. Le confesé a una amiga que quiero mucho: “¿Sabes Kay? Estoy realmente desanimada por mi peso, no lo estoy haciendo bien, me gustaría bajar como 5 kilos antes de ir a Keystone”. Le dije lo que pesaba y ella me miró y me dijo: “Ney, piensas que te van a querer más en esa conferencia si pesas menos?” Me quedé pasmada y le dije: “Sabes Kay, hay algo en mí que piensa eso.” Ella me miró y dijo: “Te quiero como eres, no me preocupa mucho tu peso.” Yo empecé a llorar. Mi amiga Kay me demostró gracia cuando me mostré humilde y le dije la verdad. ¿Y saben qué? Encontré una nueva motivación interna y bajé algo de ese peso.

Lo que la ley no puede hacer, lo hace la gracia. En Hebreos 13:9 dice que “es bueno para el corazón fortalecerse con gracia”. Dios hará lo mismo por nosotros, si venimos a Él con honestidad.

Mira en Lucas 18:9-14 donde Jesús dijo esta parábola: “Dos hombres subieron al templo a orar, uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aún como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios ten misericordia de mí, pecador. Les digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado y el que se humilla será enaltecido.”

Venir con honestidad y fe

Si nos negamos a humillarnos y recibir Su gracia, entonces no hay ninguna relación. Así como vengamos ante el Señor y le digamos cómo estamos fallando en esas áreas, así vendrá Él con su gracia. Dios no nos está exigiendo que cambiemos nosotros solos. En lugar de eso, Él nos pide que vengamos a él con honestidad y fe, y traigamos nuestras preocupaciones a Él (1 Pedro 5:5-7).

La gente más sana es la que está consciente de sus fallas y en lugar de estar a la defensiva, son capaces de decir: “Señor ten misericordia de mi, un pecador.”

Los fariseos trataron arduamente de ser santos, de guardar la ley, pero su motivación era impresionar a los demás. Jesús los llamó “sepulcros blanqueados.” Se veían bien por fuera, pero por dentro estaban muertos y sus corazones estaban amargados contra Jesús. Por ejemplo, llegaron hasta el extremo de reforzar el mandamiento “no trabajen en sábado”. Cuando Jesús, lleno de compasión sanó a alguien en sábado, ellos lo criticaron por eso.

A veces es más fácil para nosotros tener una relación con la ley que tenerla con Dios. Y Satanás prefiere que nos enfoquemos en la ley (los mandamientos de Dios) a que nos enfoquemos en el Señor mismo.

¿Queremos experimentar la gracia de Dios? Necesitamos venir a Él con verdad y humildad. Santiago 4:6 dice: “Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes.”

Hace algunos años, se me acercó una mujer joven al terminar un seminario. Su cara estaba llena de oscuridad y se veía llena de cargas y condenación. Cuando empezamos a hablar, me di cuenta de que Jesús estaba en su vida, pero tenía un hábito en su vida del cual estaba muy avergonzada. Trató y trató de librarse de él, pero fue inútil. No pudo detenerlo. A pesar de sus promesas y su esfuerzo, no pudo detenerlo. Y cuando esto pasó, se sintió horrible y condenada. Le expliqué que a Satanás le encanta que pequemos, y luego untarnos nuestro pecado en la cara y condenarnos. Le pregunté si alguna vez había traído esto a la presencia de Dios. Ella dijo que no. Estaba tan avergonzada que nunca se lo había entregado a Dios.

Le dije: “la próxima vez que esto pase, en lugar de quedarte sola, en lugar de sentirte condenada, quiero que uses tu pecado para recordar el amor de Dios.” Le dije que la próxima vez que esté en el proceso, lo traiga a la luz, diciendo algo como esto: “Dios, te agradezco porque te pertenezco. Te agradezco que me ames. Señor, la sangre de Jesucristo me limpia de todo pecado, reconozco mi pecado, no puedo hacer nada a menos que tú me capacites. Te entrego mi voluntad, te entrego mi ser a ti y a tu palabra. ¿Harás por mí y a través de mí por tu Santo Espíritu, lo que no he podido hacer por mí misma?

Oré con ella y juntas le agradecimos a Dios por su gracia y su paz. Fue muy evidente para mí que ella quería alejarse de ese pecado y arrepentirse, y lo hizo. Un par de meses después recibí una nota de ella porque le pedí que me dejara saber cómo estaba. En su carta dijo que había hecho lo que le dije y dijo: “Ney, estoy sorprendida cómo en este par de meses, todo lo que me agobiaba se ha ido, no se compara a cómo era antes.” Había estado en las garras del pecado porque estaba fuera de la gracia. Cuando se humilló ante el Señor y ante mí y trajo ese pecado a la luz de la gracia de Dios, Él se encontró ahí con ella.

Creer para recibir

Hebreos 4:13-16 dice: “Ninguna cosa creada escapa a la vista de Dios. Todo está al descubierto, expuesto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas.” Romanos 5:20 dice: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.” La gracia de Dios está ahí pero tenemos que creer para recibirla. Alguien dijo que si hay una condición indispensable para que la gracia cambie a una persona, es que la persona debe creer en esa gracia. Tenemos que responder a Dios con confianza plena. Y Él actuará.

Si sé que Dios es absolutamente digno de confianza, si sé que su amor es absolutamente real, si sé que su bondad es totalmente sincera, que su preocupación por mí significa una vida abundante, entonces sé que Él hará lo que le es natural hacer. Él me alcanzará tan abajo como yo esté. Su gracia puede transformarme. Él puede tocar las más profundas motivaciones de mi corazón y puede hacerme una nueva persona. Esto es lo que Dios se ha comprometido a hacer por nosotros. El dice: “pondré mis leyes en sus mentes y las escribiré en sus corazones. Seré su Dios y ellos serán mi pueblo.” (Hebreos 8:10). Dios hará en nuestras vidas por su gracia, lo que la ley externa no podrá hacer nunca.

2 Corintios 3:18 dice: “Por tanto, nosotros todos, mirando con el rostro descubierto y reflejando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en su misma imagen, por la acción del Espíritu del Señor.” La transformación es un proceso. Cuando creemos en Dios y confiamos en su palabra, el se sentirá libre de transformar nuestros corazones y nuestras mentes. Pero es necesario que se entienda que este cambio no ocurre todo a la vez. Es un proceso.

Lewis Sperry Chaffer escribió un libro lleno de comprensión acerca de la gracia y dijo: “El abrumador testimonio de la Palabra de Dios es que cada aspecto de la salvación, cada bendición de divina gracia, en tiempo y eternidad está condicionado solamente por lo que se cree.”

Dios nos transforma por su gracia

¿Cómo experimentamos la gracia de Dios? Venimos al Señor en nuestra debilidad, en nuestra incapacidad, en nuestro pecado y en nuestros fallos. Nosotros escogemos creer en su amor y en su habilidad para cambiarnos mientras descansamos en su gracia. El resultado es que crecemos.

2 Pedro 3:18 dice: “Crecemos en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor Jesús.”

En la historia del hijo pródigo en Lucas 15, el hijo pródigo dejó su hogar, despilfarró el dinero de su padre, y finalmente se dio cuenta de su necesidad y de la posible bondad de su padre. (v.17) “¿Cuántos trabajadores de mi padre tienen suficiente pan y aquí estoy yo muriéndome de hambre? Me levantaré e iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra Dios y contra ti. No soy digno de ser llamado tu hijo. Hazme como uno de tus trabajadores.” Se humilló y fue hacia su padre. El estaba lleno de confianza cuando regresó con su padre. Pero, ¿sabes qué? Al hermano mayor no le gustó esto nada. El hermano mayor que corrigió a su padre por tener gracia con su hijo representa el legalismo. Porque lo que el hermano mayor decía, era que el menor no cumplió con las leyes así que no merecía gracia. Pero el padre amaba a su hijo sin importar lo que había hecho.

Una relación con Dios es más poderosa que la ley. Satanás prefiere que estemos conectados con el legalismo para que caminemos en culpa y condenación siempre. Pero el Señor dice en Romanos 8:1 “No hay condenación para los que están en Cristo Jesús.” Bajo la gracia tenemos más que en nuestros propios recursos. Tenemos al Espíritu Santo que nos capacita para hacer su voluntad. La vida llena del Espíritu nos hace darnos cuenta de su gracia momento a momento. La vida llena del Espíritu Santo es reconocer cuando fallo y continuar trayendo esos errores a Dios. El crecimiento viene cuando tomamos responsabilidad por nuestros pecados, y le pedimos a Dios que nos cambie.

En la cruz, Jesús murió por nuestro pecado, por nuestra maldad. Éramos culpables y Él pagó la culpa. Cuando confesamos nuestros pecados, estamos reconociendo lo que está mal y que la cruz ya pagó. Ser un hombre o una mujer de Dios es cuestión de ser humildes y concientes de nuestro pecado y aceptar su gracia y crecimiento.

John Powell dijo: “Pensamos que debemos cambiar, crecer y ser buenos para que nos amen. Pero no funciona así, sino que primero somos amados y recibimos Su gracia para poder cambiar, crecer y ser buenos.”

El único límite que tenemos para ser sanados depende del grado en que nos mostramos tal como somos.

Para crecer tememos que tener un compromiso con la verdad. La gracia de Dios nos da la libertad de ver a Dios a la cara y de ver nuestra realidad de acuerdo con su Palabra. Sabiendo que somos totalmente aceptados y amados por él, El nos llama para venir a Él con todo lo que somos para que Él nos pueda ayudar a experimentar la libertad (Juan 8:32) y una vida abundante (Juan 10:10).

No más condenación

Recuerdo una joven mujer que vino a pedirme consejo. Por su descripción, su estómago estaba hecho nudos, su culpa era abrumadora y no podía dormir. Estaba llena de condenación y con un increíble miedo y humillación. La razón por la cual se sentía así era porque había estado envuelta en inmoralidad. Sabía que la palabra de Dios dice que no debía estar envuelta en eso. Se encontró en una telaraña y tenía miedo de decirlo por temor al rechazo. Con su cabeza agachada me contó toda la historia. No ocultó nada porque necesitaba ayuda. Sentía verdadero remordimiento por su pecado. Estaba arrepentida. En mi presencia confesó su pecado al Señor y recibió Su perdón y Su gracia. Después me dijo que había estado en una cárcel emocional y lo que encontró cuando vino, en lugar de rechazo fue amor y aceptación.

Unos meses después recibí una carta suya que decía: “mis cadenas se rompieron, la puerta se abrió, miles de kilos se me quitaron de encima. Tuve una sensación de libertad y frescura. Cuando estuve con usted no hice nada. Fue lo que usted hizo. Fue lo que usted es. Usted me demostró el amor de Dios, su aceptación y su perdón para mí.” Le pedí en aquél tiempo que me informara cómo iba y después me dijo que eso la hacía sentir segura porque yo le había mostrado gracia. Buscó apoyo adicional y la ayudaron a comprender sus propias necesidades. Ella dijo que la gracia se convirtió en más que sólo teología cuando la experimentó.

La ley que es buena, santa y perfecta le había mostrado su pecado como en un espejo. Se humilló, confesó. Dijo la verdad acerca de sí misma, me lo dijo a mí, y se lo dijo al Señor, y fue ahí cuando recibió la gracia en su tiempo de necesidad. Traer su pecado a la luz y ante Dios en humildad le permitió recibir su gracia y ser libre para crecer.

Piensa en tus propias áreas en las que te sientes condenado o temes recibir rechazo… en donde sabes que no eres perfecto. Necesitamos venir a Él en humildad y en verdad conforme vamos fallando a la ley de Dios. No hay necesidad de escondernos. No hay necesidad de mentir. No hay necesidad de ser condenados.

“Además no hay condenación para los que están en Cristo Jesús, porque a través de Cristo Jesús la ley del Espíritu de vida me libera de la ley del pecado y de la muerte. Porque lo que era imposible para la ley…Dios lo hizo enviándonos a su único hijo… para que la justicia de la ley se cumpliera en nosotros, que no vivimos conforme a la naturaleza pecaminosa sino acorde al Espíritu. (Romanos 8 1:4).

“Dios resiste al orgulloso pero da su gracia al humilde. Humíllense, para que Dios, con su mano poderosa los exalte a su debido tiempo. Entreguen toda ansiedad a Él, porque Él tiene cuidado de ustedes.” (1Pedro 5:5-7).

“Si Dios con nosotros, ¿quien contra nosotros? El, que no escatimó a su único hijo, sino que lo dio por nosotros, ¿no nos dará también junto con él todas las cosas? ¿No es Cristo Jesús quien intercede por nosotros? ¿Qué nos separará del amor de Cristo?.. Porque ni la muerte ni la vida… ni nada que haya sido creado, podrá separarnos del amor de Dios en Cristo nuestro Señor.” (Romanos 8:31-39).

(1) Libre para su uso – El Poder de la Gracia que Cambia vidas, por Joseph R. Cooke

Extraído de un libro que saldrá con WaterBrook Press. Copyright © 2004 de Ney Bailey. Todos los derechos reservados.